ensambles
sobregrafías (I)


una exhibición de alejandro zacarías
Galería 256, Tijuana/Los Cabos


            Al artista visual de Tijuana le toca hacer mucho del trabajo antropológico de registro, más o menos efímero, de las sucesivas edades de la ciudad, que se re-configura de manera espontánea y continua a partir de capas (de información) infinitamente variadas que se alojan en los residuos post-industriales, al ser Tijuana de tradición ágrafa, y en todo caso sus medios de comunicación más interesados en mostrar siempre otra cosa que trate de maquillar o manipular la Realidad. La Información también, o sobre todo, ocurre en la materia y Alejandro Zacarías nos traduce en clave estética su narrativa secreta.
           

            La práctica artística que lleva a cabo Alejandro Zacarías, cuando no participa en proyectos colaborativos, tiene mucho que ver con lo que los intelectuales y artistas que militaron en la Internacional Situacionista (1957-72) predicaban como la mayor aspiración y logro del Nuevo Arte: formar parte de la vida del artista hasta diluir las fronteras entre ser, estar y hacer.
Zacarías incorpora de manera sistemática en sus procesos de trabajo aspectos de la deriva y la psicogeografía situacionistas, estrategias muy aptas para un transterritorio mutante plagado de instalaciones espontáneas, derviches incendiarios (Hakim Bey dixit), que dinamitan con su sola existencia azarosa el sobrevaluado mercado del Arte Contemporáneo oficial y el papel del artista como máximo gurú de las vanguardias estéticas.

            Alejandro Zacarías en sus décadas de pintoresco y alegre deambular por los rincones más inéditos de esta sorprendente y mutante orografía que es Tijuana, se ha relacionado de una manera emocional, estética, con el paisaje urbano no residencial de la ciudad, compuesto básicamente por toneladas de basura estratégicamente repartidas, reciclable alguna, reciclada otra y aún, otra categoría más, que es la que ya no acepta ningún otro uso, ninguna re-circulación, deteniendo el ciclo del re-ciclaje y formando instalaciones imposibles a base de materia (muebles, electrodomésticos de muchas manos, radiografías abandonadas...) repleta de información emotiva en los cañones y tiraderos ilegales, que en Tijuana florecen como los hongos en el trópico en época de lluvias. Ésta es la paleta en la que bucea Zacarías para realizar estos ensambles.


            El acomodo estético espontáneo del caos de la materia es lo que Zacarías "rescata como si fuesen fragmentos de memoria disgregada", de ahí la analogía con la antropología visual, y en La Maquila, taller laboratorio, Ave Fénix  y una TAZ fundamental en la colonia Altamira, recombina de nuevo esos fragmentos de memoria e información dispersa, disgregada, provocando en definitiva que la materia re-circule al fabricar estos ensambles, retazos de información emocional que los hace parecer extrañamente animados, fruto de un re-ordenamiento narrativo y la feliz convivencia del diálogo orgánico/inorgánico, una de las principales tensiones conceptuales en la obra de Zacarías.
           
            Otra de las tensiones constantes en su discurso tiene que ver con el papel del artista en esta sociedad, y en su caso concreto, abjurando de todo supuesto privilegio de casta, se desdibuja en su obra manteniendo una presencia "autoral" mínima en el conjunto, cultivando una ausencia de la mano creadora, como si el milagro creativo se produjera en el caótico mundo de los desechos de esta Tijuana post-industrial, y no en las habilidades y talentos de Alejandro Zacarías, quien cuando dibuja y se manifiesta -se hace presente en la pieza como autor- lo hace a través de dibujos toscos, casi primitivos, con un halo de Arte Povera sin intelectualizar, cercano incluso al Art Brut, sin apenas pretensiones estéticas asociadas con el genio o habilidades artísticas.


            La otra gran tensión discursiva en la obra de Alejandro Zacarías es el tema de la libertad individual ante un sistema que cada vez copta más al ciudadano, manteniéndolo rehén indefenso en una trama ilógica e híperviolenta. El sistema está representado en esta serie de ensambles por un paralepípedo orgánico que simboliza las estructuras de poder, conjugando una gráfica blanda, de aspecto cárnico por el volumen que le da la resina, con un punto lacerantre de opresión, al erigirse como única estructura cerrada y aislada en sí misma, aprisionando a la Vida, representada por figuras sobregrafiadas en el objeto, impresiones digitales sobre acetatos, que quedan apresadas en la metaestructura poligonal.
 Como sucede en la pieza La casa del árbol, en la que un árbol sobregrafiado vive en el espacio de la resina inmerso todo ello en una supraestructura que lo engloba (el paralepípedo/sistema), lo que nos da a suponer que consta de atmósfera propia, en contraposición al campo abierto y las texturas que contienen a la estructura poligonal, que son espacios de libertad, donde se instauran las estructuras alternas que no tienen rigidez, sin patrón, espacio para hallazgos estéticos y los refinados placeres visuales que dan las texturas e información acumulada (memoria emotiva) de la madera.

            En esta serie de ensambles, mutaciones de los objetos encontrados, "ensamblados" entre sí a modo de extensiones naturales, Zacarías crea una narrativa íntima de los objetos con arquitectura propia, ventanas que se abren a otras ventanas dentro de la pieza, rebosantes de sobria plasticidad.
Además de un ejercicio de arqueología psicogeográfica cotidiana en los cañones y tiraderos de la ciudad donde creció el artista, es también el modo en que Zacarías re-ordena y re-circula la información emocional que subyace en el discurso del caos autorganizado de los millones de flujos (invisibles) en el que transcurre la ciudad fronteriza de Tijuana.



rubén bonet
la maquila
Tijuana, nov. 09
fundacionadopteaunescritor.blogspot.com